viernes, 17 de octubre de 2014

N° 297 - ALAN KESSELL

NO HAY MUCHO MÁS QUE DECIR:


La política tiene que ver con propuestas, con ideas, con conductas políticas. La política tiene que ver con el arte de gobernar, de dirigir, de conducir a las masas. La política implica verdadera  vocación de servicio, sueños,  pasiones y romanticismo. El quijotesco reto de enfrentar molinos de viento por ideales y principios. Algo difícil en estos tiempos, donde la demagogia clientelista, la mediocridad y el oportunismo, se refugian en intereses personales, en la vanidad personal y en el desprecio por el  ignorante, por el necesitado, por el timorato, por el débil o el ingenuo, al que simplemente se utiliza o se avasalla. 

El gran problema de la política es el poder. Por el poder se puede trabajar por cambiar el mundo o por cambiar uno mismo o mejor dicho, por utilizarlo en beneficio propio. Es por ello que la institucionalidad es prioritaria; porque en política no hay santos, no hay -a diferencia de los héroes- en los personajes que se dedican a ella, capacidad de unidad real y permanente. Por eso, los políticos terminan siendo a pesar de sus aportes, referentes fraccionados de país, que representan grupos sociales, sectores de la sociedad; partidos. Es eso lo que son Belaunde, Haya o Mariategui, por más que sus seguidores los quieran elevar a los altares de la patria y presentarlos como iconos de unión entre los peruanos. Por más que en la pasada campaña electoral, Edmundito Del Águila  -que salio del anonimato, gracias a que por el dinero de Raul Diez Canseco (a quien después traicionan) llegan al  poder- haya querido que la honestidad, el talento y el talante de Belaunde, se adhiera por obra y gracia del espíritu santo a su persona. Por más que sus interesados poetas, lo identifiquen con "el joven Belaunde" y canten loas a esa grosera semejanza, que ofende a un personaje -que más allá de su errores-  fue un político inteligente, de democrática y honesta solera. 

Y decimos esto porque en política hay que tener muy claro que lo que se cuestiona son las conductas políticas, los intereses personales, la vanidad personal, la pendejada que implica el quehacer político que se trafica como búsqueda del beneficio de grandes mayorías nacionales, que terminan siendo simplemente votos, escalones para llegar al poder.

Y lo volvemos a decir porque con los Del Águila llego al poder, Don Alan Kessell; que dicen en Paseo Colón que es un hombre decente (algo de lo que no dudamos) y que era el mejor amigo de la mano que les proveyó de los recursos para llegar al poder -con lo que la traición es doble: Vileza y traición- y que es el sicario político para matar un partido que ya languidece en la escena política nacional, aunque haya ignorantes sabelotodos, que hablan de unidad, de trabajo, de construir partido y de juventud. Como si la generalidad y la frase hecha tuviera contenido y sabiduría. Como si la juventud sin talento, conocimiento y capacidad bastaran para no quedarse en voluntarismo.

Lo concreto y lo real, es que un anciano enfermo, sin personalidad ni talento político, al que eligieron por "empresario"  -y no por enterrador- y porque decían los incautos, que el dinero de Raul Diez Canseco iba a "levantar" el partido; termina siendo un personaje nefasto - como lo son los Del Águila- para lo poco que queda del partido. Lo que percibe el militante (a  su falta de coraje democrático para enfrentar la ilegal postulación de Lescano en una pasada elección) es  su mediocridad como político, su servilismo con los Del Águila, su autoritarismo de caricatura, su pésima gestión dirigencial. Con un personaje así, solo queda mirar a las cúpulas partidarias, a quienes tienen espectativas o a quienes beneficia o puede beneficiar esta forma de hacer política y partido; para preguntarles si no les da vergüenza mantener a Kessell en el poder. Si no se ven reflejados en tan insignificante y cantinflezco dirigente, que es "dirigido" por Del Águila Morote y que  finalmente representa lo que ellos dicen representar. 

Hacer de la política un teatro de ilusiones, implica buenos actores. Y hace rato, que ni los Del Águila ni Kessell, con sus geishas, sus poetas y sus mentores, interpretan bien su papel. Como no lo hacen tampoco, quienes ostentan el verdadero poder. No hay mucho más que decir.





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